jueves, 10 de diciembre de 2020

MANASÉS EL REY PAGANO QUE SE REDIMIÓ

La palabra redimir significa “rescatar, librar y comprar de nuevo” La redención es una acción de profundo significado para la vida de una persona. La redención libra a la persona de todo lo malo que puede rodear su vida. Al redimir a una persona se le está permitiendo volver a encarar su vida o su realidad de una manera nueva, diferente y renovada. 

Todos necesitan de la redención. Nuestra condición natural se caracterizó por la culpa: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. La redención de Cristo nos ha librado de la culpa: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” 

Así el hombre, perdido en pecado y sin esperanza, por la gracia de Dios ha sido redimido por la sangre del Cordero. El hombre caído no pertenece a Dios, sino al diablo y a la muerte. Su estado se describe en las siguientes palabras: “Soy carnal, vendido al pecado” Cristo, nuestro Redentor, ofreció su propia sangre para comprarnos de nuevo para sí. Como Cristo mismo dijo, él vino “para dar su vida en rescate por muchos” 

Una de las verdades más bellas de la redención de Dios es que la misma es para todos los pueblos, en toda nación, en toda región y en todo tiempo. Si alguno que conoce el plan de Dios no se salva, es por su propia culpa, pues Dios proveyó para la redención eterna de toda persona. 

Un hermoso ejemplo de cómo el hombre puede redimirse es Manasés y su historia comienza así: 

Existió un rey en Israel de nombre Manasés quien comenzó a reinar a los 12 años de edad y durante 55 años reinó en Jerusalén. Su padre fue Ezequías un gran rey que siguió a Dios con todo su corazón y fomento la fe de su pueblo. 

Fue cuidadosamente criado durante la vida de su padre; pero parece que casi inmediatamente después, cayó bajo malas influencias que le vencieron completamente, y le hicieron hacerse, un fanático aborrecedor de Dios. 

Había siempre entre la nobleza judaica un partido considerable que detestaba los mandatos, leyes y decretos de Dios, se inclinaban hacia la moralidad más laxa y el ceremonial más alegre de los paganos. Este partido, probablemente se irritaban en secreto bajo el gobierna piadoso de Ezequías y esperaban con ansias un monarca más débil a quien manipular para recobrar su influencia, e inaugurar un nuevo período de idolatría y oscuridad. 

Aprovecharon la corta edad de Manases y se apresuraron a asegurar su persona, a tomar la dirección de su educación, e imbuirle en sus propios sentimientos. Pocos muchachos de doce años saben resistir los esfuerzos de hombres que se dedican a corromperlos, y sean cuales fueran las semillas de fe verdadera que habían sido implantadas en la mente del joven príncipe mientras vivía Ezequías, fueron, probablemente sin mucha dificultad, desarraigadas, o de todos modos ahogadas y hechas infructuosas, por las enseñanzas novelescas y agradables de sus nuevos maestros. Manasés, al asumir las riendas del gobierno, como a la edad de dieciocho años era un idólatra consumado, aprobando y admirando todos los distintos credos y prácticas de las naciones vecinas, enemigo de la fe en el único Dios verdadero. 

Hizo lo malo ante los ojos de Dios conforme a las abominaciones de las naciones paganas. Reedificó los altares que Ezequías su padre había derribado, y levantó altares a los baales, e hizo imágenes de Asera, y adoró a todo el ejército de los cielos, y les rindió culto. 

Esos altares tan seductores y tan peligrosos. En todas partes del país se les permitía a los adoradores, en lugar de traer su sacrificio al Templo de Jerusalén las ofrecían sobre los rudos altares provinciales que habían venido desde tiempos remotos, con un ceremonial igualmente oscuro y pagano. Se suponía que la ofrenda se hacía a Dios pero es fácil concebir cómo, en la ausencia de alguna supervisión sacerdotal, las sombras podían tentarlos a la impureza, y tender a degradar el culto de Dios al nivel del politeísmo de sus vecinos. 

En seguida Manasés "levantó altares para Baal, e hizo una Ashera, como había hecho Achab Rey de Israel" esto es, volvió a introducir en Judá el culto completamente licencioso de Baal y Asterot que el débil Achab había traído de Fenicia a Israel para dar gusto a la malvada Jezabel , y que Judá había conocido solamente por dos espacios breves bajo Atalía y bajo Achaz . 

Edificó altares a todo el ejército de los cielos en los dos atrios de la casa de Jehová. Además de esto puso una imagen fundida que hizo, en la casa de Dios. Se arrodilló ante todo el ejército del cielo, y les rindió culto. En cada uno de los dos atrios del templo fueron levantados altares en honor de los cuerpos celestiales quemando incienso, y quizás víctimas, sobre ellos. Caballos sagrados fueron dedicados al sol, juntamente con carros, y fueron guardados en la vecindad de la Casa de Dios, este culto era una forma de superstición derivada tal vez de Arabia, que se hizo muy popular, extendiéndose desde el rey a sus súbditos, los cuales en Jerusalén, y en otras partes, sobre los terrados de sus casas, levantaron altares particulares de ladrillos, "desde donde pequeñas nubes de incienso ascendían de continuo" en honor del sol y la luna y los doce signos del Zodíaco. 

La novedad despertó entusiasmo. Estos eran los dioses, a quienes, en el último período del estado judaico, los judíos amaron, y sirvieron, y en pos de los cuales anduvieron, y a quienes consultaron, y ante los cuales se postraron con preferencia a todos los demás. 

No satisfecho con avivar toda clase de cultos, Manasés también hizo pasar a sus hijos por el fuego en el Valle del Hijo de Hinnom esto es, ofreció a sus hijos como sacrificios a Moloc, conforme al rito horrendo de los amonitas y moabitas, que creían que semejantes ofrendas eran las más aceptables que podrían hacerse al Dios Supremo. 

Manasés, al parecer sin ningún tipo de conciencia volvió a abrir el horno de Tofet en una escala más grande, y no sólo sacrificó a un hijo propio sino que animó al pueblo en general a degollar los niños debajo de las hendeduras de las peñas, haciendo así que la institución del asesinato de niños fuese una parte regular de su servicio religioso. 

También se arrojó en todos los misterios de la hechicería, del augurio, y la nigromancia. Era dado a adivinaciones, y consultaba a adivinos y encantadores. La magia ocupaba un lugar importante en la consideración de las clases altas de Asiria, Egipto, y Babilonia. En Babilonia la interpretación de los presagios había sido reducida a una ciencia. Manasés, en su extremado sincretismo, condesciende aún a esta forma baja de superstición, "consultaba agüeros" y pretendía tener su propio "espíritu familiar," retrocediendo así a un samanismo de que no se acusa a ningún rey anterior con excepción de Saúl y que en Saúl fue la ofensa culminante que atrajo sobre él el juicio de Dios. 

Hasta aquí el rey consintiendo a las inclinaciones de muchísimos de sus súbditos, sin infligir perjuicios en ningunos. Pero ahora su conducta vino a ser más sombría. Manasés derramó la sangre inocente en grande abundancia, hasta llenar a Jerusalén de cabo a cabo. Inauguró una persecución de los adherentes de Jehová, y se enfureció contra ellos con toda la fiereza. 

Principió un verdadero "reino de terror". Mató salvajemente, a todos los hombres justos entre los hebreos. Entre los principales de estos afligidos se encontraban los de la orden profética. Día tras día una nueva compañía de ellos fue enviada a ser ejecutada. Desde un cabo hasta el otro se veía su sangre. Los nobles que osaron defenderlos fueron derribados. Fue en esta matanza general en que, según una tradición judaica, de que sin embargo, no hay rasgos ni en los Libros Sagrados Isaías, el gran Profeta del tiempo, que tenía ya casi noventa años de edad, fue cruelmente matado. 

Bien podemos creer que el pecado principal de Manasés era su asesinato judicial de Isaías, y amigo de su padre, quizás su propio maestro, a quien condenó a ser aserrado por su fidelidad al Dios de Israel. 

Entre tanto, por lo que toca a enemigos extraños, Judá gozó de un intervalo de profunda paz. Así fue que Manasés había reinado casi veinte años antes de que se presentara alguna necesidad para considerar si había de seguir el ejemplo de su padre desafiando el poder de Asiria, o como su abuelo, debiera someterse humildemente a él. No debemos sorprendernos de que prefiera la última alternativa. Manasés, pues, hizo extraviarse a Judá y a los moradores de Jerusalén, para hacer más mal que las naciones que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel. 

Y habló Jehová a Manasés y a su pueblo, mas ellos no escucharon; Así fue como se excedió en hacer lo malo ante los ojos de Dios, hasta encender su ira, por lo cual Jehová trajo contra ellos los generales del ejército del rey de los asirios. 

Hubo un levantamiento tirio contra la autoridad de los Asirios, Manasés estaría, tal vez, envuelto en él. De todos modos disgustó a su soberano asirio, como el año 672 antes de C., y un ejército fue enviado contra él bajo capitanes asirios, que, devastó su territorio, y se posesionaron de su persona por estratagema. Sus aprehensores le trataron con grande severidad, Metieron anillos en sus labios de arriba y abajo, y, atándoles cordones, así le llevaron cautivo, y le trajeron a la presencia de Esarhadón en Babilonia, donde se sabe que ese monarca con frecuencia tuvo su corte. Allí se quedó en cautividad por algún tiempo, esperando probablemente de día en día su sentencia de muerte, puesto que los monarcas asirios por lo regular ejecutaban a los reyes rebeldes. 

Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, se humillo grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Esta fue su oración: 

"Oh Señor Todo poderoso, Dios de nuestros antepasados, de Abraham y de Isaac y de Jacob y de sus justos descendientes; tú que hiciste el cielo y la tierra con todo su orden; quién encadenaste el mar por tu palabra de comando, que confinó lo profundo y que sellaste con tu terrible y glorioso nombre; 4en quien todas las cosas se estremecen, y tiemblan ante tu poder. 

Porque tu esplendor glorioso no se puede aguantar, y la cólera de tu amenaza para los pecadores es incalculable; sin embargo, inmensurable e inalcanzable es tu misericordia prometida, Tu eres el Señor Altísimo, de gran compasión, continuo cuidado, y muy misericordioso, y tú te aplacas ante el sufrimiento humano. O Señor, de acuerdo a tu gran bondad, Tú has prometido arrepentimiento y perdón a los que han pecado contra Ti, y en la multitud de tus misericordias tú has designado el arrepentimiento para los pecadores, para que puedan ser salvados. 

Por lo tanto tú, O Señor, Dios de los justos, no has designado el arrepentimiento para el justo, porque Abraham, Isaac y Jacob, no pecaron contra ti, pero tú has designado el arrepentimiento para mí, que soy un pecador. Porque los pecados que he cometido son más en número que la arena del mar; mis transgresiones son multiplicadas, ¡O Señor, son multiplicadas! No soy digno mirar para arriba y ver la inmensidad del cielo debido a la multitud de mis iniquidades. Me siento pesado, como atado con muchas cadenas de hierro, y por eso soy rechazado debido a mis pecados, y no tengo ningún alivio; porque he provocado tu cólera y he hecho lo que es malvado en tu vista, creando abominaciones y multiplicando ofensas. 

Y ahora doblo la rodilla de mi corazón, implorándote tu amabilidad. He pecado Señor, he pecado, y reconozco mis transgresiones. ¡Honestamente te imploro, perdóname, O Señor, perdóname! ¡No me destruyas con mis transgresiones! No estés enojado conmigo para siempre, o guardes maldad para mí; no me condenes a las profundidades de la tierra. Porque Tu, O Señor, eres el Dios de los que se arrepienten. 14 y en mí tu manifestarás tu bondad; porque, indigno aun como yo soy, tú me salvarás de acuerdo a tu gran misericordia. 

Yo te alabare continuamente todos los días de mi vida. Porque toda la multitud del cielo canta tu alabanza, y tuya es la gloria para siempre. Amén." 

Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios. Se le mostró la clemencia real. No sólo fue librado de la cárcel, sino que Esarhadón volvió a recibirle en su favor, y aún le envió de nuevo a Jerusalén para que reinara allí como monarca tributario. 

Después de esto edificó el muro exterior de la ciudad de David, al occidente de Gihón, en el valle, a la entrada de la puerta del Pescado, y amuralló Ofel, y elevó el muro muy alto; y puso capitanes de ejército en todas las ciudades fortificadas de Judá. 

Asimismo quitó los dioses ajenos, y el ídolo de la casa de Jehová, y todos los altares que había edificado en el monte de la casa de Jehová y en Jerusalén, y los echó fuera de la ciudad. 

Reparó luego el altar de Jehová, y sacrificó sobre él sacrificios de ofrendas de paz y de alabanza; y mandó a Judá que sirviesen a Jehová Dios de Israel. 


Cuando Manasés volvió a Jerusalén, se esforzó para quitar, si fuera posible, aún el mismo recuerdo de sus previos pecados contra Dios, puesto que deseaba arrepentirse de ellos, y ser tan escrupuloso como le fuese posible en todo lo que tenía que hacer en materia de religión. Por esto santificó el templo y también purificó la ciudad de Jerusalén; y desde entonces era su único fin mostrarse agradecido a Dios por su libramiento, y continuar en el favor de Dios el resto de sus días. Y también quería enseñar al pueblo que hiciera lo mismo; acordándose de que Dios lo había perdonado y salvado. 

El pueblo no pudo ser separado del culto de los Altos que antes él había animado, aún sacrificaba en los lugares altos, aunque lo hacía para Jehová su Dios. 

Manasés murió después de un reinado de cincuenta y cinco años, a la edad de sesenta y siete, y fue sepultado en Jerusalén; pero, como ya no había lugar en la catacumba de David, se le hizo un sepulcro en el jardín de su propio palacio, en una parte de él conocido con el nombre del "Jardín de Uza". Dejó su trono a su hijo Amón. 

La historia de Manasés nos habla más del amor y la misericordia de Dios que de la maldad de este rey que por 55 años, el reinado más largo en la historia de Israel. Este hombre que dio su espalda a Dios y erigió altares a los Baales, hizo árboles rituales de Asera, y se postró ante todo el ejército de los cielos y les rindió culto. ¿Cómo pudo Dios perdonar a un hombre que le había sido tan infiel y había guiado a la nación a ser infiel a Dios? 

Porque así es Dios. Dios nos da a conocer su corazón de amor y misericordia cientos de veces en Las Escrituras. Salmo 86:15 dice, “Porque tú, oh Señor, eres bueno y perdonador, grande en misericordia para con los que te invocan”. 

El ejemplo de Manasés nos anima a recurrir a Dios en todo tiempo. No importa cuál sea nuestro pasado; mientras estemos en esta tierra, hay esperanza para nosotros si nos arrepentimos y estamos dispuestos a cambiar, con la ayuda de Cristo todo es posible. Dios sigue siendo el mismo. Si respondió la oración de Manasés, no rechazará la nuestra. Volvamos a Dios, cuya paciencia nos conmueve. Si nos arrepentimos y volvemos hacia él de todo corazón con humildad y sinceridad, el Señor nos recibirá. “y al que a mi viene, no le echo fuera" Juan 6:37 

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” Efesios 1.7.